Hola,
Me vais a decir que eso no tiene nada que ver con el scrabble. Pues yo no estaría tan seguro, y al final incluso me daréis la razón.
El caso es que yo y mi computadora estamos peleados. Irremediablemente. Y no creo que nadie me pueda ayudar.
Todavía me viene a la memoria ese afortunado instante en que le toqué con cariño y por vez primera el teclado. Tan suave y aterciopelado. Acariciaba la Q y la W casi con miedo para no desteñir las níveas letras. Tres veces al día le pasaba por encima de la pantalla un paño humectado en dinitrofenilhidracina, y procuraba medir constantemente la frecuencia de la corriente eléctrica para evitar que se asustase ante los sobresaltos y picos de tensión.
La instalación del sistema operativo fue todo un poema. Cada interrogación que me mostraba en el display rezumaba candor e ingenuidad. Tuve que decirle siete veces que la unidad A no es lo mismo que el disco duro D. Pero poco a poco nos fuimos acostumbrando el uno al otro. Ya no hacía falta indicarle dónde se encontraban mis páginas web preferidas. Luego pasó a leerme el pensamiento, y ya bastaba con aproximar el cursor al icono del Media Player para que la aplicación se abriese antes de tocarla.
Nos hacíamos confidencias recíprocamente. Un día abrí un blog que mantenía actualizado y mientras escribía lo que iba pensando, ella solía sugerirme alguna que otra mejora. Con el tiempo empezó a corregirme, al principio sólo palabras sueltas, luego algunas expresiones, y al final frases enteras. Por otro lado, la computadora me desvelaba sus secretos más íntimos amontonados en varios ficheros Log e historiales. Así nos íbamos acercando y conociendo cada vez más.
Recuerdo que aquella tarde de marzo un amigo me enseñó un juego bien extraño. Se llama scrabble. Igual no habéis sentido nunca esta palabra, que incluso parece ser inventada. La verdad es que me gustó bastante, eso de combinar las letras para imaginar palabras imposibles, hasta el punto de que decidí que tenía que contenerme la avalancha creadora. Pero ¿cómo? Muy sencillo, me dije, mediante un programa.
La otra noche le conté, a través de mi diario, de qué manera había pensado solucionar el problema. No supe interpretar de inmediato el apagón que me cortó a medias el relato. Seguí diseñando el diagrama de flujo y escogiendo el lenguaje de programación más idóneo. Por alguna razón me incliné por el Algol, ya que creía que así podíamos mejorar nuestra comunicación.
Al cabo de una semana ya lo tenía. Qué bonito, me extasié. Faltaba sólo darle un nombre. No sé cómo soléis hacerlo vosotros, pero para mí eso es siempre una cuestión muy delicada. En definitiva un programa no deja de ser un ente, aunque inanimado. Cogí el libro de cocinar. Patata, tomate, yuca... todo sonaba tan trivial. ¿Dónde más buscar? En aquella época estaba muy apegado a las novelas exóticas del Lejano Oriente y así se me ocurrió bautizarlo GURÚ.
Se lo dije, pero no reaccionó. De vez en cuando emitía un aviso seco del tipo "Acceso no autorizado bloqueado". Con mucha ilusión empecé a consultar el Gurú, a ver si vale eso o aquello. Curiosamente la mayoría de los vocablos que entraba me daba por inválidos, pero yo iba enriqueciendo su base de datos, de manera que una semana después mi imaginación ya no daba abasto para más y ¡toda palabra acabó por ser correcta!
Nunca voy a olvidar esa mañana de verano. Como de costumbre, encendí la computadora y quise activar el Gurú. Sin embargo, el ratón no avanzaba y el cursor quedó congelado. Volví a arrancar la computadora. Abrí el símbolo del sistema (que parecía mucho más negro) y tecleé "c:\Guru\Guru.exe". Tardó una eternidad en activarse. Obviamente algo estaba pasando.
Como la noche pasada había soñado varios palabros, tenía muchas ganas de comprobar su existencia.
Introduje casi temblando la primera: BAÑO. El Gurú me contestó: BAO SÍ. Qué raro, dije, pero seguí con CAÑO. El Gurú me contestó: CAO SÍ. Me estaba percatando de que algo extraño estaba ocurriendo, pero no podía decir exactamente qué es lo que era tan raro. A ver, proseguí, a ver otro palabro y a continuación tecleé, algo avergonzado: COÑA. La respuesta vino prontamente: COA SÍ. No, seguramente algo no estaba funcionando bien.
Dejé la computadora en marcha y fui a por un bocado de pan con chorizo. Estaba pensando continuamente. Mi mente daba mil vueltas y ni siquiera me di cuenta de cómo me corté el meñique. Veía la sangre pero no sentía nada.
Volví a la computadora. Entretanto el Gurú había desaparecido y en su lugar quedó un mensaje que decía "El sector de memoria 000000h no se puede read." ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué la computadora había matado el proceso usuario Guru.exe?
La reseteé y le di un arranque soft. Desde Inicio->Ejecutar resucité el Gurú. Estaba muy nervioso. Ya no me acordaba de ningún palabro. Con un esfuerzo sobrehumano se me ocurrió un vocablo respecto al cual tenía serias dudas.
Entré: AÑO. El Gurú contestó: AO NO. No podía ser verdad. Le di: ÑOÑO. El Gurú: OO NO. ¡Coño! El Gurú: COO NO. Los oídos me estaban zuñendo. El Gurú: ZUENDO NO. Ya no podía más. Tenía que tranquilizarme. Me miraré una peli, sí, eso es, una peli de acción.
Acababa de bajarme "Cien años de soledad", un western con Brad Pitt y Penélope Cruz. Abrí el DivX y pulsé encima del archivo avi. Pero la respuesta me dejó helado: "El archivo CIEN_AOS_DE_SOLEDAD.avi not found". ¡Caramba! No, ¡¡eso no me puede estar pasando!!
Está claro, amigos, he roto con mi computadora. Y creo que voy a pasar de ella. He visto una notebook NX8221, no tan chula, pero que espero que al menos me deje jugar al scrabble, consultar el Gurú y mirar de vez en cuando alguna película.
Por cierto ¿vale COÑO?
naïv@co